jueves, 5 de mayo de 2011

Equinoccio de Primavera

Después de los meses pasados en el inframundo con su esposo Hades, Perséfone es autorizada a volver a la superficie de la Tierra con su madre Démeter. Y con ella vuelve el verde a los campos de trigo y vuelven las ramas de los olivos a poblarse de hojas.
La vida, que durante el invierno ha germinado en secreto, de pronto eclosiona y llena los montes y los valles. Incluso en los bosques cuyos árboles no quedan desnudos en el invierno, la primavera se hace notar;: la savia fluye con más fuerza y brotan las yemas; y a su pie, donde hubo hongos, aparecen florecillas multicolores.
El equinoccio anuncia la Pascua Judía, el primer plenilunio de la primavera fue la señal para la salida de Egipto. Y en la salida, una señal protectora: la sangre del cordero sacrificado.
La Pascua es un “Paso”, un pasar de la esclavitud a la liberación, un paso que nunca resulta fácil porque el esclavo tiene su mundo prefijado, un mundo que le permite la subsistencia, a veces incluso la comodidad, y siempre la seguridad. Un mundo donde no hace falta pensar y, sobre todo, donde no se ve obligado decidir y diseñar su propia vida.
La Pascua requiere un sacrificio. Sacrificio del cordero, sacrificio de Jesús.
La vida se manifiesta pujante rompiendo las cáscaras, rompiendo los límites, en el invierno l vida crece en secreto, enclaustrada, limitada. En la primavera se manifiesta al exterior.
El ciclo se repite cada año. Cada año Perséfone regresa del mundo de los muertos. Cada año el pueblo de Israel se ciñe la cintura, toma el bastón y come las hierbas amargas que le recuerdan los sinsabores de Egipto.
Cada año Jesús, al tercer día, resucita y reúne en sí toda la Creación en el camino ascendente hacia la Unidad.
Cada año Isis vuelve a recomponer a su hermano Osiris. Y, a través de los ciclos, el Buda de la Compasión espera a que todos los Budas completen su camino.
Y cada año, cada uno de nosotros, como en broma, hacemos al comienzo del invierno nuestros buenos propósitos de cambiar de vida.
Quizá si alguna vez lo tomásemos en serio podríamos aprovechar las largas noches invernales para morir a lo que nos limita, para tomar conciencia de cuál es nuestro Egipto.
Y si hemos sabido morir a lo que nos esclaviza, si hemos sabido germinar en lo secreto, podemos confiar en lo que Antonio Machado anhelaba al ver “algunas hojas verdes” en un “olmo viejo”:
“Mi corazón espera,
también hacia la luz y hacia la vida
otro milagro de la primavera”.