martes, 19 de octubre de 2010

Rosacruces del pasado y el conocimiento actual

Desde la más remota antigüedad, el ser humano ha tenido que enfrentarse a multitud de problemas relacionados con su supervivencia. Esto ha hecho que desarrollara un conocimiento  de carácter práctico  encaminado a la resolución de dichos problemas. Este conocimiento técnico se ha ido transmitiendo de generación en generación  y ha ido aumentando a medida que  se han planteado nuevos problemas  y  las soluciones  han ido mejorando.

Hay avances en la Historia de la Humanidad que por su  genialidad  y por la perfección con la que cumplían sus objetivos, han perdurado durante milenios sin apenas sufrir ningún cambio: el control del fuego, la domesticación de plantas y animales, el uso de la arcilla para la fabricación de útiles, la escritura, la rueda, el dinero,  el arado...

Pero el ser humano , una vez ha resuelto sus problemas más perentorios, aquellos relacionados con su supervivencia física, se plantea preguntas acerca de sí mismo y del mundo en el que vive.

Tratando de dar respuesta a esas preguntas surge un conocimiento que ya no es de carácter práctico: la Filosofía, que puede definirse de forma concisa como  “conjunto de concepciones acerca de los principios de las cosas y sobre el lugar del hombre en el Universo”.

El  pensamiento filosófico incluyó pronto el pensamiento científico, como es lógico pensar , ya que los mitos no respondían satisfactoriamente al problema del origen de las cosas.  Los primeros filósofos griegos trataron este asunto aportando diversas teorías y, algún tiempo después Pitágoras  aportó a nuestra civilización  el desarrollo de las Matemáticas y la idea de aplicarlas al estudio de la Naturaleza, idea que muchos siglos más tarde fue desarrollada por Galileo y Newton.

Ciencia y Filosofía continuaron  juntas su andadura durante toda la Antigüedad Clásica, y permanecieron en estado latente durante la Edad Media, custodiados los conocimientos en los monasterios, preservados de peligros externos y a buen recaudo de miradas indiscretas.

El Renacimiento supuso una explosión en todas las ramas del saber y de una manera muy significativa  en las Matemáticas y en las Ciencias Naturales, reanudando unos estudios prácticamente abandonados desde Arquímedes.

Filósofos y científicos eran, entonces, las mismas personas y surge la necesidad de  fijar un método que permita avanzar en el conocimiento de la naturaleza. La Ciencia utiliza la razón para alcanzar certidumbres, es un conocimiento de naturaleza especial: arriesga e inventa conjeturas para alcanzar nuevos conocimientos, por ello se  hace necesario encontrar un método que permita validar cómo se han obtenido esas certezas y en qué condiciones pueden obtenerse otras a partir de las anteriores.

Fue Francis Bacon (1561-1626)  el primero en dar respuesta a esa necesidad, definiendo las fases del método científico de la siguiente manera:
-Observación: Observar es aplicar atentamente los sentidos a un objeto o a un fenómeno, para estudiarlos tal como se presentan en realidad.

-Inducción: La acción y efecto de extraer, a partir de determinadas observaciones o experiencias particulares, el principio general que en ellas está implícito.
       -Hipótesis: Planteamiento o supuesto que se busca comprobar o refutar.
       - Experimentación:  para validar la hipótesis.
- Demostración o refutación de la hipótesis.
El método científico está sustentado por dos pilares fundamentales. El primero de ellos es la reproducibilidad es decir, la capacidad de repetir un determinado experimento en cualquier lugar y por cualquier persona.  . El segundo pilar es la  falsabilidad. Es decir, que toda proposición científica tiene que ser susceptible de ser falsada. Esto implica que se pueden diseñar experimentos que en el caso de dar resultados distintos a los predichos negarían la hipótesis puesta a prueba.
René Descartes (1596-1650)  siguió otro camino: obsesionado con la certeza, le pareció que sólo las Matemáticas la alcanzaban y su método consiste en  partir de proposiciones evidentes  y llegar a otras  que se hacen tan evidentes como las primeras. Posteriormente se  verifica ordenadamente tal deducción.  La filosofía de Descartes se denomina , por ello, racionalismo.
El método estaba fijado y, a partir de ahí, desgajándose del tronco común de la filosofía, el conocimiento científico no ha hecho más que avanzar de manera imparable.
A la luz de todo lo anterior podríamos pensar que,  tanto Bacon como Descartes, llevados por su espíritu científico y por su amor a la razón fueron personas alejadas de lo sagrado, ajenas a la dimensión espiritual del hombre, desligadas de la idea de Dios. Nosotros sabemos que no fue así, que ambos fueron  Rosacruces ,y que los estudios de la Orden influyeron en su pensamiento. Del mismo modo que influyeron poderosamente en una de las mentes más sobresalientes de todos los tiempos: Isaac Newton (1642-1727), uno de los más grandes científicos   y pensadores  de la Hª de la Humanidad, quien es conocido principalmente como el hombre que dio origen a la noción moderna de que el Universo se mantiene unido gracias a la acción de la gravedad.
En unas cajas que permanecieron guardadas durante siglos en la Universidad de Cambridge, y que contenían documentos considerados sin valor científico, se ocultaba un Newton desconocido, un hombre obsesionado con la Alquimia y la búsqueda de la Piedra Filosofal, apasionado de los estudios rosacruces. Estos documentos fueron vendidos por la casa Sotheby´s a Lord Keynes , el renombrado economista en 1936. Keynes dedicó varios años al estudio de estos documentos y, en 1942 pronunció una conferencia en la Royal Society de Londres en la que presentó al mundo esa visión completamente inédita del gran pensador. Lo más impresionante es que es posible que sin sus estudios esotéricos Newton nunca hubiera podido hacer sus descubrimientos científicos.
Han pasado casi tres siglos desde la muerte de Newton y la Humanidad ha avanzado notablemente en todos los sentidos. Los conocimientos se divulgan a gran velocidad entre la población. Los medios de comunicación y la red han penetrado en prácticamente todos los hogares.
Tenemos a nuestro alcance la mayor cantidad de información  que haya poseído nunca la Humanidad. Debemos plantearnos  si esto ha hecho en realidad que mejore nuestro conocimiento de las cosas.
En los debates en TV aparecen junto a expertos en el tema a tratar, personajes de la prensa del corazón, dando sus opiniones en pie de igualdad.
 En Internet circulan al mismo nivel estudios concienzudos de importantes departamentos universitarios y textos aberrantes con explicaciones e hipótesis fantasiosas.
Es muy difícil distinguir en estas condiciones la paja del grano. Además, en estos tiempos se ha generalizado la idea de que todo el mundo tiene una opinión y de que todas las opiniones son respetables, dando a entender con ello que todas son ciertas. Eso no es así: hay opiniones que, efectivamente son verdaderas y sensatas y otras que no lo son.    No todas las opiniones reflejan adecuadamente la realidad.
Tenemos que ser tolerantes con los demás y debemos estar abiertos, al igual que lo estuvieron Bacon, Descartes, Newton y otros tantos rosacruces , a la idea de que hay realidades que van más allá de lo que conocemos con nuestros sentidos y con nuestra inteligencia. Pero, como ellos, debemos estudiar a fondo las cosas, no confundiendo tolerancia con credulidad. Podemos conceder en principio el beneficio de la duda a muchas ideas que nos resulten chocantes, pero no debemos quedarnos ahí, debemos tratar de comprobar su veracidad  antes de darlas por buenas.
El respeto hacia los demás no puede derivar en creer sin ningún criterio todo aquello que nos llegue.
Estando en París, en el año 1.999, coincidí con los rumores de que iba a desplomarse sobre nuestras cabezas la estación espacial rusa Mir. Aquellos rumores fueron especialmente propalados por  un afamado modisto quien debía de saber un montón de ingeniería aeronáutica y espacial. Bastantes  gentes sencillas creyeron semejante desatino y el asunto se comentó  mucho, causando cierto temor en la población.  La Mir no cayó sobre París ni sobre ningún otro sitio y , lo magnífico de tema, lo sorprendente, lo maravilloso, es que  el afamado modisto no salió por la tele pidiendo disculpas por su error.  Ni dijo nada ni nadie se lo reclamó.
Mensaje del Maestro de Logia


V...M...R+C... N...Y...R...

        

        


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